06 agosto 2006

El Aaiun, crimen sin castigo

El matiz de la osadía de los recién acaecidos acontecimientos de la ciudad ocupada de El Aaiún han disipado desde el primer momento cualquier interpretación ambigua de los hechos. A medida que se acentúa el dolor y la injusticia, se esgrimen por la masa de manifestantes toda una batería de reivindicaciones, cuyo denominador común, no era otra cosa, que el principio de autodeterminación del pueblo Saharaui.

El duro trance que están viviendo actualmente las zonas ocupadas entra en confrontación directa con la política de amalgama y chovinismo inoportuno que se oye continuamente de boca de los portavoces del palacio, cuando se refieren "a las provincias de sur", y aún así a lo referente a la farsa que se venía tramando, bajo diferentes denominaciones; desde proceso democrático hasta la acarreada Instancia de Equidad y Reconciliación, que, sin duda, al menos en los territorio saharauis, se firmó ya su acta de muerte definitiva en el mismo momento en que se levantaron los garrotes contra hombres y mujeres en las barriadas de Colominas, Matal-la, Zemla, Polco, entre otros, de la capital del Sahara Occidental.

La represión desatada contra los Saharauis en diferentes puntos de la geografía de la ocupación, fue interpretada, desgraciadamente, por los altos responsables del reino como un hecho aislado y de poca monta. Señores, es la xenofobia de un estado impenitente que aparenta o al menos aspira superar las grietas del pasado. Efectivamente, lejos se ha quedado "la reconciliación e igualdad" a la manera del holocausto en Alemania o los tribunales de la verdad en Sudáfrica y aún menos comparable con la política de fraternidad llevada acabo en Argelia.

Se deben asumir responsabilidades, por parte del Gobierno marroquí, cara a los torturados, vejados, encarcelados y deportados de El Aaiún, donde la mayoría de ellos son jóvenes, que han quedado damnificados, de una forma u otra, así como los bienes económicos y materiales de sus familiares y parientes.

A pesar de todo, ya nadie podrá decir que en el Sahara no pasa nada, pero se ha visto que sí pasa, y de mala manera.

Los hechos de El Aaiún, han revelado igualmente otra verdad, tan fehaciente y comparativa que deja a los nuevos "talantes" del reino a tragar lo que tienen que tragar, duro e intragable, donde ya no podrán remeter los trapos sucios en las prendas del difunto rey o en los bolsillos de Idris Basri, ya que cada uno de ellos, tomó un derrotero diferente que el destino le deparó. Pero la moraleja reside en que la filosofía del pasado aún se olfatea con intensidad en la monarquía medieval, donde los tentáculos del odio y la represión son cada vez más exaltados por las instituciones oficiales del Majzen, que mueve a diestra y siniestra las fichas del estado.

Sin ser sorprendente, la denominada política de reconciliación e igualdad, quedo desvelada y bien representada a través de personajes de la altura de: Lenegri, Hamid, Maza, Hassan, entre otros esbirros, que aparecieron parapetados en el séquito del Ministro del Interior, que llegó agitado y atrasado a la ciudad de El Aaiún, acompañado de una comparsa de medios de comunicación, después de la relativa calma que conoció la urbe. Cuando, efectivamente, las calles ya estaban vacías, las cárceles abarrotadas de jóvenes Saharaui y el estado de sitio anunciaba las calamidades de una población que contempla con nostalgia las profundas máculas de terror en una ciudad que sólo nos recuerda a Santiago de Chile en los momentos del golpe fascista de Pinochet en 1973.

Es verdad, que los hechos fueron minimizados, pero ni el ministro del Interior ni el jefe de la seguridad pudieron frenar la eclosión y su onda de agitación. A la Intifada se sumaron seguidamente las poblaciones de Dajla, Assa, Bojador, y los estudiantes saharauis en el interior de Marruecos.

Es evidente, entonces, que el aire de la Intifada no anuncia buen augurio a una empresa colonial que cimentan sus valores sobre el crimen y el castigo. Mientras, que para los saharauis, a ambos lados del muro de la segregación, la paciencia esta rozando su punto álgido, lo que deduce que el gran error imperdonable, quiza, es haber intentado obtener del otro las virtudes que uno no tiene.


Mayo 2005

No hay comentarios: