02 septiembre 2006

Las oscuras noches de la medina


…y cada primavera nace una flor con pétalos de mayo.

En los momentos en que Embarca volvía de la casa de vecinos más próximos donde tomó el ritual té con el tostado maní del lejano Senegal, atardecía y el crepúsculo enrojecía con pasos firmes las fachadas de las casas. De inmediato, los Grupos Urbanos de Seguridad (GUS) iban bajando para conquistar las calles y puntos neurálgicos a raíz de las protestas independentistas de finales de mayo.

El clima de temor se respiraba por doquier entre la ciudadanía, imperaba más bien un marasmo fantasmagórico, acentuado por los sucesivos apagones de un antiguo generador eléctrico que databa de la época franquista, y cuyas ruedas dentadas cuando estaban en marcha perturbaban igualmente la tranquilidad del vecindario de avenida Cataluña. Para colmo, el corte de luz dejó a la población sin los panes crujientes del noble Manolo, y la oscuridad encubrió a los GUS en la “caza de brujas”.

La G 3 No 13, de la barriada Colomina, habitualmente se encontraba cerrada y el umbral de la casa repelía constantemente el azote de aire que despedían las cercanas olas del mar. Sin embargo, esa noche, los agentes no vacilaron en acatar la orden prescrita en la comisaría de la Plaza “Mechuwar”, ésta última representa con su espacio a cielo abierto y el modelo arquitectónico, el emblema de la filosofía de la ocupación. El asalto de la casa de la señora Embarca fue arbitrado por un suboficial de baja estatura, panzudo, de brazos consistentes y con un tic nervioso en la comisura de la boca. Se mostró desafiante y procedió en su empresa antes del último canto de gallo del amanecer, no sin antes consultar un plano de líneas entrecortadas entre sí que dibujaban a su manera la vivienda de los Embarek.

Los Paramilitares irrumpieron por la fuerza en el mismo momento en que se levantó un requerimiento envuelto en llanto de una mujer con un “DEJADNOS EN PAZ”. Salma, la hija mayor de la familia, intentó cerrarles el paso, pero los fuertes codazos en su cuerpo apaciguaron su intención. El ajetreo y la trifulca entre agresores y agredidos, despertaron la curiosidad de vecinos que siguieron la trágica escena con sigilo desde los anchos ventanales de rejas metálicas carcomidas por el tiempo y el salitre.

Informaron a un mando superior interesado por los pormenores de la acción, llamando desde un móvil de timbre extraño. Se levantó aturdido a causa de la cargada humedad que oprimía el ambiente en el interior del cuarto donde reposó algunos minutos tras levantar la bandera independentista en avenida Smara, el mismo día del fallecimiento del abuelo.

Estaba lívido, agitado, consultó el frágil reloj de pared de marca asiática. Abrió precipitadamente la puerta del lavabo, lavó la cara sin interesarse por la pastilla de jabón que tenía enfrente. Encontró su rostro reflejado en el espejo de fantasía, rehusó tal encuentro con el “otro”, como si nunca hubiese existido tal semejanza. Salió en busca de la madre que tartamudeó algunas palabras en voz baja. Se oyeron entonces los primeros trompazos de los GUS, no había tiempo que perder, besó la frente de la "vieja”, como la llamaba cariñosamente, y salió disparado hacia el traspatio que llevaba a las afueras.

Después de tanta espera, amaneció con desesperación, Hamdi no había vuelto a casa, la ciudad parecía más tranquila de lo normal. El terrible viaje de búsqueda llevó a la madre por calles, páramos, puertas de comisarías y hasta se paró en más de una ocasión frente a la cárcel “negra”. Lo encontró, inerte, sangraba por los oídos y por la nariz en un centro médico. “Lo golpearon en la cabeza” informó el médico de turno. Salió absorta del lugar, iracunda, con ganas de caminar. Caminó, pero no sabía exactamente adonde iba, la mente y el cuerpo se entretejieron por el dolor. Era un viaje hacía lo incierto, cruzó un terraplén de altibajos. Se esforzaba en olvidar la congoja que martillaba a sus nervios.

Probablemente, las agujetas en las rodillas y pies hicieron reflexionar a la mujer, que supo entonces que caminaba hacia el oeste, hacia el mar, el océano, encarada justamente a la refrescante brisa que en otros tiempos quizás absorbía las lágrimas y el sudor sin dejar de atizar los recuerdos. Embarca, se paró por un momento, mostraba silencio y dolor. Al fin del largo viaje, optó por continuar la estela del reencuentro con el espíritu, después de haber hallado el cuerpo sin vida en un frío hospital.



Mayo 2006

Los aires buenos de bandera


El viejo costurero de Calle Fuente se sintió emocionado, mostrándolo con un suspiro que llenó de golpe sus cansados pulmones de un aire diferente, al pararse erguido en el ático de su taller. Desde arriba parecía otro, al sacar fuerzas a la tenacidad de los años para rememorar como sus nietos independentistas conquistaron las calles ese jueves de finales de primavera con nuevos colores de bandera y fueras al "patrón".

A pesar de la aparente tranquilidad de los aguadores que esperaban impacientes el turno de llenado de sus gigantescas garrafas oscuras como las aceitunas de Guadahortuna, se percibían aún las voces de repulsa a la ocupación en el cruce entre Giratoria y Matala. Eran las voces de un impulso tenaz, propio y generalizado, más bien la ira de un Pueblo que iba derrumbando el cerco de la humillante injusticia.

Días más tarde decían algunos "Los días de la invasión están contados". Replicaron con parsimonia y una mirada de estupor "otros" que no estaban cuando el grupo izó la bandera aquel emocionante jueves de primavera en Calle Fuente. Al otro lado de la esquina repetían los primeros " Para ganar hay que ser prudente en elegir el momento, el lugar, portando la bandera con civismo revindicar”. El grupo de jóvenes continuó su camino, y a cada paso sintió los aires buenos de libertad.

Curiosamente la inmensa mayoría de los chavales vivían en la periferia de la ciudad, algunos de ellos no lejos del taller del abuelo. Fue allí precisamente donde descubrieron que la censurada bandera poseía varios colores y una estrella diferente arrullada por una menguante.

En las callejuelas colindantes, en la parte este de las mismas, no muy lejos del mercado de verduras, la gente iba de un lado para otro ensimismada y perpleja de cómo los muchachos consiguieron alzar la bandera...

Sonó el último timbre que anunciaba el fin de la sesión matinal en el centro escolar de El Aaiun. Los alumnos se levantaron, abandonando el aula apretujándose en la puerta al son de murmullos y ruidos. Los primeros que lograron salir entre el tumulto de colegiales esperaron al resto de sus compañeros a las afueras del recinto. Momentos después se reunieron todos en torno a uno de ellos, hablaron en voz baja, apenas se oía lo que trataban, de repente cerraron el encuentro con un apretón de manos y una sonrisa en sus semblantes. Uno de ellos, que parecía el mayor del grupo, robusto y ágil se distanció apresuradamente en dirección a Plaza África, ya frente a la vetusta iglesia Hispánica, encontró uno de los bancos vacío, tomó asiento y de ahí quedó contemplando la bandera roja de la ocupación que ondeaba encima del antiguo ayuntamiento municipal. Soplaban los vientos del sur que empujaban a los transeúntes, y el estandarte parecía que quisiese volar, el incesante movimiento del asta ocasionaba un ruido inhabitual." Y como acordaron los chicos serás la próxima en bajar" dijo el muchacho para sus adentros sin dejar de mirar por dónde tendrían que empezar el jueves, de madrugada.
Muy temprano, un día festivo, los nietos del costurero fueron despertados por la madre y les dijo con voz tranquila: " Vuestros compañeros os esperan para levantar la bandera que os preparó el abuelo anoche a la luz de una vela"


Marzo 2006