30 agosto 2009

El juego del viento



En comparación con otros vientos, el siroco[1] cubre el rostro tanto de día como de noche en un acelerado encuentro con el litoral atlántico, en el que pierde la euforia devastadora que traía del desierto. Asegura la leyenda que no pasaría inadvertidamente sin que sus brazos de gravilla dejaran máculas sobre paredes, pedregales, hombres y matorrales. En su viaje frenético agrieta la costra y levanta el remolino a soplo de efecto sarguia[2] que se granjea en el pulso de la pobre vegetación del desierto.

En efecto, es el fenómeno natural omnipresente en la vida de los hombres de las nubes y de los vientos. Es la sucesión del tiempo en su propio efecto. Los pobres habitáculos y jaimas del Sahara se levantan en contratiempo para poder seguir erguidas, con el temor a ser atragantadas por la fina arena en un proceso de recesión a causa del embate de los caprichos de los colores del viento. Sin desmesura, caravanas y ciudades del desierto fueron llevadas por el espejismo de la arena, la soledad y el silencio de este gran imperio donde no cabe la duda, la traición ni la mentira.

El siroco renace de lo susceptible de los vientos, de los alisios, del color pardo gris del cielo, del mutismo de la tormenta; es pues el reflejo simultáneo de la tierra que va perdiendo distancia y altura en contraposición con el horizonte opaco e invisible. Por excelencia el siroco es la otra neblina con ráfagas de calor y de arena, es la válvula de escape del desierto que fluye envuelta de ensueños maravillosos a causa de las bajas presiones del mare nostrum.

El siroco impone su propia potestad sobre el terreno en el momento en que entra en desavenencias con el ábrego[3], anuncio para los ganaderos del Sahara en su cielo prodigioso de esperanza.

Con el deseo de mojar los tobillos de afán y resistencia, el siroco persiste como la fuerza indómita que repele todo aquello que huye de su encuentro. Toda esa huida lleva a lo incierto, a lo inmutable, a lo desconocido, pero sin embargo podrá aparecer de nuevo con otro rostro y diferentes rasgos, en una escala de valores que sólo se puede medir con un buen barómetro. Es el juego desconocido y permanente ente las direcciones del viento en el que no falta nunca lo cálido, lo incierto y lo fantástico. Esa intuición no la ocultan los vientos del Sahara, con la cual a veces se fusionan en acuerdo mutuo cara al altiplano, la hamada y el erg[4]. Ante esta situación el fascinante paisaje no tiene otra alternativa que batir su propio tambor en una escaramuza con la que pretende domar la vida del nómada. En este medio natural y en esta lucha inevitable en la que intervienen el siroco, el irifi[5] y el desierto, todos unen y armonizan esfuerzos para poder mover el velero, la vela y el timón en un mar de arena.


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[1] Es un viento de sudeste, caluroso y seco, de origen sahariano, generado por las depresiones que se forman en el mar Mediterráneo. Se presenta en masas de aire calientes, secas, tropicales, que son arrastradas hacia el norte por las células de baja presión que se mueven hacia el este a través del mar Mediterráneo, con el viento originado en los desiertos árabes o del Sahara. La duración del siroco puede ser desde medio a varios días y se produce generalmente durante el otoño y la primavera.
[2] Vientos cálidos del oeste
[3] Viento procedente del suroeste, templado, relativamente húmedo y portador de lluvias. Procede del Atlántico, de la zona entre las Islas Canarias y las Azores.
[4] Arenal en el que las arenas empujadas por el viento forman dunas, que se agrupan en cadenas y pueden constituir auténticos mares de arena.
[5] Viento sumamente seco y cálido procedente del Sureste, con velocidades considerables y que suele ir acompañado de espesas y molestas nubes de arena y cuyos efectos llegan a sentirse hasta en el archipiélago canario. Aunque el "irifi" no suele durarmás allá de los tres días, tiene un efecto nefasto sobre las personas al producir fuertes alteraciones sobre el sistema nervioso, sobre los animales y sobre la vegetación, que queda totalmente reseca.

1 comentario:

Olivier Franconetti Benamor dijo...

"Ay río de Sevilla
qué bien pareces
lleno de velas blancas
y ramas verdes."

para el Sáhara libre!