Hasta ahora entre azul y buenas noches. Las incipientes revoluciones árabes se debaten como fiera herida para acabar con los últimos tentáculos de regímenes unipersonales. Están en los cuatro puntos cardinales y en una dirección tan incontrolable que nadie podrá predecir en estos tiempos de revuelta a dónde van a parar. Pero también en estos momentos cruciales de reivindicaciones y de ira, la imaginación y el recuerdo nos llevan a revivir las buenas intenciones de trasformación noble y honorable, a que la revolución no fuese secuestrada como consecuencia de la traición. Entre el deseo de cambio y el escepticismo que va floreciendo, recuerdo la revuelta árabe de 1916 liderada por Sarif Hussein ben Ali, a favor de la independencia de los pueblos árabes del imperio otomano. Un ejemplo para la reflexión. Después de la retirada de los otomanos, bajo la presión unánime, política y armada de pueblos árabes, Francia y Gran Bretaña estuvieron al acecho para que todo cambio fuera truncado o al menos más costoso para los pueblos. Estas dos potencias occidentales recurrieron a la debilidad y a las rencillas internas en el seno de la Liga Árabe para sacar de ella el mejor partido; es decir, abortar la revolución con ayuda interna y externa. Parece que la historia se repite, hoy Francia y sus aliados ponen sus garras sobre el suelo libio con la excusa de proteger a la población civil, cuando el móvil real de su misión militar en el norte de África es más que patente; el petróleo, ese oro negro, que bien se cotiza en el mercado hasta el extremo de poner en cuestión la soberanía de los pueblos. Los largos años de espera de esta segunda revuelta, la sangre, el sudor y el dolor de la misma, jamás podrán ser un fácil trampolín que coadyuve a la injerencia colonial en detrimento de la revolución. Toda empresa colonial está condenada al fracaso total, y a no lograr los objetivos que se propone en contra de la voluntad popular. Ahí están los elocuentes ejemplos de Marruecos en el Sáhara Occidental, EUA en Irak y toda la maquinaria de la OTAN en Afganistán.
Los diferentes pueblos árabes que han ido incorporándose de manera paulatina al estatus de estados autónomos desde 1945 hasta hoy, por desgracia, siguen pagando las peores cotas de resentimiento colonial de sus respectivos países. Y pagan la factura de la mala acción y gestión de los títeres y caciques neocoloniales que llevaron o siguen llevando las bridas del país.
Con los acontecimientos de Gdeim Izik y la vecina Túnez como catalizador de la actual revolución, los pueblos árabes emergen de las cenizas del olvido y el despojo con la misma voz y el mismo deseo en su segunda revuelta contra la injusticia. El desorden y la ausencia de instituciones factibles que tendrían que garantizar al ciudadano más simple el derecho a la ciudadanía, el pan, el trabajo, el agua y el sufragio universal, libre y democrático, han sido la chispa de estas revueltas.
Ante el empuje de las revoluciones árabes que van cambiando estrategias, como la aparición de nuevos aliados y la desaparición de otros, el viejo orden internacional está al borde del basurero de la historia. Era un orden impuesto a la voluntad popular. Por ello, la Francia de Sarkozy, como cabeza de puente, se apresura con su maquinaria destructora. Pretexto intervencionista e hipócrita para dejar claro que el sueño colonial allende de los mares persiste, y aun no ha acabado. Y entra en una confrontación abierta y descarada con el fin de aprovecharse del sacrificio y las conquistas de las revoluciones de los pueblos árabes. Es decir, apoderarse del botín de conquista que la revolución había logrado. A la vez, intimidar y frenar las ágiles ruedas de la Intifada de los pueblos, que van dejando huellas imborrables en poco tiempo a favor de sus justas reivindicaciones. Estos pueblos van tejiendo una nueva alianza, un nuevo icono popular, que no tiene semejanza ninguna con la alianza bélica de la OTAN.
La unión voluntaria y de carácter sumamente popular despierta fe y espíritu indoblegable, de donde se deduce que la revolución no respeta las fronteras ni tampoco se exporta sobre las carrozas de los vetustos tanques de la injerencia. Francia y sus aliados pretenden arrebatar lo que en realidad no pudieron lograr años atrás en sus conquistas coloniales. Y como antes señalaba se encontraba oscilando entre sandia y melón, doble cara, vara de dos medidas. Esta acción que está llevando actualmente Francia contra Libia, es un acto frontal contra los derechos humanos y el derecho a la elección libre de todos los pueblos del universo. Valga repetir que nuestros pueblos se sienten apuñalados por la espalda por quienes se autoproclaman baluartes de los derechos humanos, la libertad, la justicia y la fraternidad.
Es una lucha a todas luces inigualable, donde el factor humano entra en convulsión, a pecho descubierto, anhelando la dignidad. Pero todo indica que la injerencia extranjera e irracional que colonizó, dividió y empobreció a nuestros estados emergentes, pretende ahora ganar otras contiendas perdidas en territorios perdidos, bajo otra coyuntura diferente y en tiempos diferentes.
Es incuestionable que la euforia de la revolución contagia y sigue sin apagarse acá y allá. Es la revolución que se extiende y se expande como pandemia, pero diferente y benévola. En este contexto, la revolución está en la calle en el Sáhara Occidental, en Marruecos, en Túnez, en Egipto, Yemen, Jordania y, en otras partes, donde la injusticia anida y persiste. Pero, como decía Immanuel Wallerstein citando a Lenin, los levantamientos espontáneos crean una situación como la de Rusia en 1917 cuando, según el líder revolucionario, "el poder está en las calles, y por tanto una fuerza decidida y organizada puede tomarlo", que fue lo que hicieron los bolcheviques. Pero la revuelta se produjo igualmente en otras calles y ciudades más lejanas, en Europa occidental que, hoy como ayer, sofocó toda resistencia que no enarbolara sus colores ni intereses particulares y estrechos. A finales del año pasado y principios del presente, los estudiantes en Londres tomaron la sede del partido conservador, y los jóvenes italianos conquistaron las calles de Roma, mientras que Francia se veía sacudida por la acción de los residentes de los guetos en las periferias de Paris, donde fueron reprimidos brutalmente. Y España fue ahogada también por la crisis quedando paralizada por las huelgas generales obreras y los controladores aéreos, que llevaron al gobierno socialista de Zapatero declarar el estado de emergencia. Es pues, la revolución insoslayable que se extiende y se expande en espera del próximo tsunami, que se desconoce por donde emergerá. Al menos, yo no lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario