01 mayo 2011

La revolución árabe se reinventa

El mundo Árabe vive momentos históricos dignos de su pasado. Una tempestad política sacude los cimientos de sus regímenes. Al amainar la tormenta, el panorama político actual habrá cambiado. Con la revuelta se metamorfosean esperanzas de un nuevo amanecer. Como si se tratase de un capítulo de las mil y una noches, donde el genio de la lámpara de Aladino con su magia convertía el sueño en realidad de millones de desamparados, pobres y humillados desde Bagdad a Marrakech.

El avance imparable de la tormenta revolucionaria, deja a déspotas y sátrapas contemplando hipnotizados la ola de descontento. Es la ola que tambalea el poder absolutista desde sus propios cimientos. Los dirigentes más sabios quedarán sorprendidos por la magnitud del desastre que se avecina. Entonces se inclinaran ante lo inevitable y se resignarán, apresurados, mendigarán un refugio en algún rincón del mundo. Otros, encomendarán sus destinos a sus protectores occidentales, invocando el mito de Al-Qaeda y el fantasma del fundamentalismo islámico. Tanto unos como otros, harán todo lo posible por mantener el status quo de una relación indecente que se basa en el saber y en el poder de sus aliados.

Por último, tardíamente, se repartirán favores, prebendas, millones de dólares y promesas de reformas, para aplacar y retardar la revolución. Los más aislados y abandonados no dudarán en cometer masacres y auténticos genocidios contra sus pueblos.

Hoy, de forma excepcional, cualquier gobernante árabe, que ignore este momento de inflexión en la historia política y social en el mundo árabe-musulmán, e intente escudarse detrás de la teoría de la monárquica, y desoiga el clamor de las reivindicaciones de sus ciudadanos por una vida digna, libre y democrática, cometerá un error mortal.

La revolución en el mundo árabe, no es una respuesta generosa del genio de la lámpara de Aladino. Es el producto de una explosión popular largamente reprimida. Sus héroes son millones de hombres y mujeres que han decido decir ¡basta ya! rompiendo con la inercia del miedo. Dispuestos a derramar su sangre por la libertad y la democracia en favor de sus países.

Todo tiene su causa

Los pueblos árabes fueron arrinconados en la periferia de la historia desde hace siglos. Después de haber creado y ocupado el epicentro de la civilización Islamo-Árabe que se extendía desde la Península Ibérica en Europa hasta los confines de Asia, La Meca, Damasco, Cairo, Bagdad, Giraban, Trípoli, etc., que fueron otrora centros de poder político, cultural y económico del mundo, tras la decadencia de las civilizaciones de Roma, Grecia y Persia.

La ocupación del mundo árabe por el imperio otomano durante siglos, el colonialismo europeo después de la Primera Guerra Mundial, el dominio estadounidense después de la Segunda, desdibujaron ese pasado, la modernidad occidental creó un complejo de inferioridad y la casi aceptación de un fatalismo por el que los Árabes estaban condenados a vivir al margen del mundo. El sentido de grandeza, dignidad y autoestima se desmoronaron. Los orientalistas, los denominados expertos, el think tank (tanques de pensamientos) occidentales, y sus prestigiosas universidades de Harvard, y Oxford se acreditaron como la “verdad universal”. Para occidente, el mundo árabe no podía, ni debía ser otra cosa que una reserva gigantesca de hidrocarburos para sostener el consumo desmesurado y el bienestar de las “democracias formales” en Occidente.

La combinación de todos estos elementos dejo una herida profunda en la psicología árabe que provocó durante algún periodo una respuesta contra todo lo que representa y simboliza para occidente. Con los perversos intereses coloniales detrás, generaron aversión en los primeros momentos hacia los estados Árabes modernos. El periodo de la guerra fría animó en los países árabes la oposición contra Occidente al ofrecer el campo socialista formas alternativas de organización política y económica del Estado, que al mismo tiempo daban garantía y contrapeso a las antiguas metrópolis coloniales. Es decir, la descolonización se ayudó de la izquierda colonial y hegemónica de la URSS.

Gamal Abdel Naser en 1952 fue el primer precursor de este movimiento al proclamar la revolución en Egipto y derrocar a Faruk, último rey de una dinastía turca (Mamelucos) que venía dominando Egipto desde generaciones. La revolución de Naser era todo un símbolo político, cultural, e intelectual no solo para Egipto, sino también para todos los países y pueblos Árabes sin ninguna excepción.

El Cairo se convertía en una nueva Meca para los pueblos árabes, se reconocía al árabe como idioma oficial en las Naciones Unidas, se respaldaban las luchas de liberación y emancipación en los países árabes (la revolución en Argelia), se alentaban y a la vez se inauguraba una era de cambios a través de golpes de estado contra regímenes árabes feudales (Irak, Siria). Los discursos de Naser y la voz de “Radio el Cairo” se convirtieron en imanes que atraían a los pueblos árabes sedientos de cualquier atisbo que les ofreciera un rayo de esperanza, después de siglos de humillación.

Fue sin duda un despertar colectivo del largo letargo Árabe. Las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado fueron un periodo lleno de esperanzas. Pero también se puede considerar el periodo constitutivo del germen del mal que convirtió los sueños en pesadillas y en raíz de esta nueva revolución.

Después de los logros iníciales, el pan-arabismo, tanto Naserista, de Gadafi, o el de los partidos del renacimiento árabe socialista (Albaath) de Siria e Irak, llega a sus límites. Se desvirtúan sus programas políticos y se convierten en slogans vacíos. El partido en el poder se transforma en un instrumento de dominación, y el líder revolucionario en un déspota instalado en el culto a la personalidad.

La revolución se transmuta en la alegoría de George Orwell, y sus líderes revolucionarios, en los cerdos que lideraron la rebelión en la granja. Las ansias de superación y el ideal de progreso se convierten en huidizo espejismo. El poder omnipresente oprime, rige, y vigila la vida del individuo y la nación.

Las repúblicas árabes que no alcanzan la revolución Nasserista, siguen siendo monarquías conservadoras que colman los instrumentos de dominación con la guinda de la religión para legitimar su existencia y tratan a sus pueblos como meros súbditos ignorantes y no como ciudadanos.

Llegó a tal grado el despotismo generalizado en los últimos años, que prácticamente desapareció la diferencia entre el concepto de monarquía y república. Sin pudor ni decoro, reyes y presidentes inician a sus vástagos en el arte de esquilmar y heredar el estado, sus recursos y sus súbditos. El nepotismo, la corrupción, las orgías, las fortunas fabulosas y la vida licenciosa se convierten en el pasatiempo de un reducido número de cortesanos y burócratas cegados por la codicia y la obsesión por el poder. Las mismas circunstancias, provocaron la revolución Francesa en 1789, la revolución Iraní en 1989 y la actual revolución árabe en 2011.


Nuevas generaciones y nuevas tecnología

Mientras esta generación de líderes se regodea en los placeres, ignorando lo que se avecina en sus respectivos países, una nueva generación de jóvenes, apoyada en el desarrollo exponencial de los avances de la tecnología de la información, gesta silenciosamente la revolución.

Los últimos 20 años transformaron al mundo en general, pero tuvieron un impacto excepcional en el mundo árabe. La cadena de televisión de Aljazira, inaugurada desde hace mas de una década, no solo revoluciona los medios de comunicación en el mundo Árabe, sino que también transforma radicalmente su mentalidad. Los pueblos árabes dejan de ser prisioneros de la única opción que se ofrecía constantemente desde los medios de comunicación oficiales.

Caen los mitos, prolifera el conocimiento, se consolida la conciencia política, se amplían los horizontes. Los árabes, del Golfo al Atlántico, se descubren mutuamente. Se liberan de la censura y observan los mismos noticieros, documentales, debates libres, críticas abiertas a la clase política y viven a diario el latir de un sentimiento compartido. Crece la repulsa generalizada de una realidad que consideran humillante. Descubren lo que sus gobiernos pretenden ocultar sobre la realidad interna de sus países, contemplan impotentes el desliz de los árabes como civilización hacia el abismo del subdesarrollo, la marginalización, y observan con envidia el resurgir de otras civilizaciones vecinas como Turquía, Persia o el estado Hebreo.

Este sentir otorga a esta nueva revolución un sentimiento panarábico. Aljazira, Internet, las redes sociales de Twitter, Youtube, Facebook etc. se convierten en los ifrit, genios y alfombras voladoras de las leyendas de oriente. Valiéndose de la alfombra mágica de internet, transmiten información de un país al otro, de una ciudad a otra y de una persona a otra en menos de un parpadeo. Crean un mundo casi mágico, dinámico, imparable, incensurable, irreprimible, que contribuye al devenir de este nuevo amanecer.

La nueva revolución Árabe acaba de comenzar. Ha conseguido ciertos logros, pero se encuentra todavía en sus inicios. Es frágil, y su liderazgo es amorfo. “L’ancien regime”, aunque decapitado en Túnez y Egipto, conserva intacta su imponente carcasa. Se recicla después de la embestida revolucionaria y no se resigna a ceder sus privilegios.

Las alianzas se forman y se disponen al asalto y aplastamiento de todo brote revolucionario en la zona. El Occidente perplejo observa cómplice. Atiza y arenga solapadamente las filas de los despavoridos déspotas. Todo anuncia una sangrienta primavera árabe.

Después del fracaso de los regímenes autocráticos y el devaneo con el extremismo religioso, la nueva revuelta Árabe, pretende simplemente pregonar que los países árabes quieren vivir en democracia, rechazar los extremos y compartir con el mundo de manera justa, no solo las riquezas sino también las libertades.

El mundo observa los acontecimientos mientras pierden credibilidad las democracias occidentales. La crisis en Europa se extiende por ciudades de Grecia, Irlanda, Portugal y España. Los países dirigentes de la Unión Europea (Gran Bretaña, Alemania y Francia) se sustentan básicamente del gas de Argelia, el petróleo de Libia, o la hortaliza y la pesca del Sáhara Occidental. Sucesivamente, las comodidades de Europa se ven amenazadas al mismo tiempo que aparecen revoluciones en el mundo Árabe. El neo-colonialismo de las empresas transnacionales presiona a las oligarquías occidentales para la salvación de sus intereses. Los movimientos sociales en América Latina debaten nuevas formas de gobierno plurales, como en Ecuador, Venezuela, o Bolivia. Los países pro-capitalistas abusan de la “democracia” hasta convertirla en dictadura con 40.000 muertos en México, 85% de ellos civiles sin delito alguno.

La nueva revolución árabe merece una respuesta digna. A la altura de sus sacrificios y aspiraciones. Después de siglos de desconfianza y animosidad, es el momento para una reconciliación histórica entre Occidente y esta parte del mundo musulmán. La nueva revolución Árabe ha extendido la mano de la amistad como ha demostrado el Sáhara Occidental, pese a ser olvidada y silenciada tras los sucesos de Gdeim Izik.

Y como reza el refrán árabe: no escupas en el pozo, puedes necesitar beber de su agua.

Wain-Saluan.

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