Sorprendidos en absoluto narcisismo, los gobernantes árabes siguen anclados en un pasado que ha pasado. Sí, los pueblos de esta región del mundo ya no conciben ni como pensamiento ni condición absoluta una convivencia contra natura con estos regímenes, que muchos de ellos llegaron al poder a través de artimañas políticas o por la fuerza de las armas para establecerse de manera vitalicia e incluso, algunos de ellos, se auto coronaron como rey de los reyes del continente, que hoy agrupan a su legión mercenaria para actuar abominablemente contra la inocente población indefensa. Se añade al engaño de la población las férreas medidas de seguridad que no trabajan en nada para el interés nacional. Una fuerza adiestrada solamente para reprimir la voz popular, a la vez guardián de toda farsa en los momentos en que se abren y se cierran las urnas electorales. Mientras que el pueblo siembre le adjudican consenso y entereza en el optimismo en torno a las figuras supuestamente electas.
Un verdadero divorcio entre la población y los gobernantes a lo largo y ancho del mundo árabe. La personalidad de los dirigentes árabes ya no se puede estudiar ni analizar con seriedad ni ahínco, después de los acontecimientos que estamos viviendo todavía con horror y sin el mínimo escrúpulo de la elite gobernante de estos países. Es una baza perdida y al descubierto. Desde estos momentos los pueblos ya no pueden fiarse de sus propios dirigentes, se estableció entre ellos, de manera definitiva, el miedo, se perdió la confianza, y sólo cunde en la población la revancha de la libertad perdida. El pragmatismo y el carisma que ostentaron los dirigentes de nuestros pueblos árabes durante la etapa de lucha o posterior a la misma se esfumaron para ser llevados por un viento atroz y turbulento. Si todo sobrepasa su límite se tornará, un día, en su contrario. Como bien reza la enseñanza.
En efecto, el sopor y la somnolencia de los líderes árabes se pueden percibir de manera clara y precisa en el momento en que estalló la revolución de primavera. Todo salió a flote en la misma medida y en la misma rapidez en que la revolución crepitan sus llamas de ira, la mala tendencia de los gobernantes. Es la llamada contra el simbolismo de imposición y de insolencia, no el de la revolución al que estábamos acostumbrados. Tanto la autoridad, las decisiones y el consenso popular en esta insolencia dictatorial fueron relegados a segundo orden, bajo conceptos de salvar la patria y la unidad. En este modelo que ahora se desmorona a luz y a la sombra de todo el universo, como una torre de naipes, por lo visto no estaban bien fijadas sus bases en una elección popular ni tampoco democrática, ni ostentaba una gobernanza puramente sostenible y general. El viejo sistema colonial, a pesar de las supuestas reformas que algunos países independientes realizaron en pos de sus pueblos. Por contra, todavía se huele malamente este catálogo colonial ideado como hoja de ruta para nuestros pueblos próximos y lejanos, incluso hasta después de la liberación, pero esta garrafal contradicción creó cierto escepticismo en la mente de las generaciones del ISTIGLAL[1]. Pero la tecnología con su irrefrenable avance horizontal y vertical rompió con las barreras del miedo, la inseguridad y acercó la distancia para que todo el mundo pueda platicar sobre los problemas con certeza y objetividad, que algunos pretenden ocultar. Denunciar el incumplimiento de los dirigentes es una necesidad social de nuestro tiempo. Es el desafío de generaciones que han resurgido de la decepción. Pero lo que resulta paradójico e inaceptable, que esa misma casta de cabezas visibles que lleva el estado a diestra y siniestra en estos países y que luchó contra el yugo colonial foráneo, es la misma que bombardea hoy con obuses de cañón a la población. Población que un día por el supremo interés patrio, juró fidelidad en defensa del derecho y la libertad. Los hijos o nietos de esa población y de aquellos combatientes que ofrendaron sus vidas en el Sinaí, en Túnez, en Sana, en el Baida o en Trípoli… se queman y son acribillados a balazos por orden de dirigentes envilecidos por el poder, por la riqueza y por el desprecio total a sus ciudadanos.
Ciudadanos que depositaron en los dirigentes la plena confianza para llevar las riendas de la nación y la población a buen puerto. Por contra, hoy como ayer desconfiados comenzaron a lidiar contra la población, el interés nacional y el porvenir. Frustrados en las estrechas teorías, conceptos y fundamentos, libros de todos los tamaños, de todos los colores. Hundieron a la gente en teorías propias y otras universales para retener a la población y dejarla introvertida e improductiva para salvaguardar la gigantesca empresa “privada”, el estado, que está en manos de la oligarquía estatal. El pueblo se quedó sometido, su pan no se paga de las arcas del estado que por excelencia le pertenece por razón y derecho, ausente a las deliberaciones de un parlamento designado al azar y sin el aplauso popular. Y mientras el rey, el caudillo y el mariscal siguen mirándose sus rostros en aguas de otro mar... En nuestro mundo árabe, donde no hay que extrañarse de nada, de lo que ocurre en privado y en público en detrimento de la ansiada libertad, porque en realidad ya no se fijan pautas ni orden constitucional. La herencia y la sangre de los más próximos al gobernante están por encima de la constitución del país y la voluntad popular. El hijo sucede el padre, el hermano al hermano, la esposa al esposo, como pretendía Leila ben Ali, según revelaciones de Wikileaks. Urge entonces a nuestro mundo árabe un repaso exhaustivo de las aportaciones psicoanalistas de Sigmund Freud para poder determinar con exactitud si los líderes de hoy tienden a una esquizofrenia o una paranoia, o ambas cosas a la vez.
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