23 marzo 2009

La parcela de El Mubarek



Es indiferente para quien no conoce al pragmático El Mubarek, que con fe propia pisó de nuevo estos lugares con muchas ganas de vivir después de haberlos abandonado un día que no recuerda del todo bien. De los parajes de Tifariti salió despavorido a causa del ruido de las armas más la plaga que carcomió la parcela verde que el capitán de turno de la antigua guarnición dejó entre sus manos, hasta el regreso de una misión urgente allende de los mares.

La somnolencia de paz con ceñida libertad empujó a El Mubarek como una libélula a delimitar con evidentes linderos los escombros del pretérito huerto donde hoy se afana en levantar pieza a pieza el barracón de hojalata y cartón en una explanada que considera su terreno liberado.

Empeñado en que la reconstrucción no es nada ilusoria, El Mubarek se muestra fascinado entre la desperdigada chatarra de la guerra y los dibujos de calaveras en placas de metal que anuncian el peligro de minas. Martillando contrarreloj a lo largo de todo el día para hacer realidad el soñado cobijo de su vida, sin negarse a prestar ayuda a todo aquel que tenga la ilusión de convertir el lugar en un dedal de barracones, mientras tanto el iluso hombre espanta la soledad en la cañada próxima a la intersección de las pistas que llevan a todas partes. En la misma dirección se asoma de vez en vez la vetusta cisterna sin matricular que provee de agua potable a uniformados y civiles por igual en la medida en que el viejo motor tenga la suficiente fuerza de alcanzar las incrustadas favelas que abrazan el mercadillo. Un humilde lugar de compra y venta que se regula por sí mismo sin la intervención ni de dependientes ni de intermediarios.

Antes de abandonar el lugar el viajero, perplejo ante su propio asombro, toma impulso y sombra en una superviviente acacia antes de continuar el incómodo periplo, que en todo caso no disipa el recuerdo del retumbar del tambor de El Mubarek, el hálito de humo del rudimentario horno de pan y la compacta polvareda que los neumáticos despiden hacia el cielo para dejar entrever la parcela que se aleja en la dirección contraria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

j´acuse, yo acuso!
acuso el cinismo paternalista
y la solidaridad de postal
¿a ver quién es el más progre?
por favor!!!
una limosnita, no?
la chapuza saharaui se eterniza!
y todos haciéndose los suecos...
pero en pecado no está en suecia...
mansur