30 marzo 2011

Luces y sombras de la revolución

Hasta ahora entre azul y buenas noches. Las incipientes revoluciones árabes se debaten como fiera herida para acabar con los últimos tentáculos de regímenes unipersonales. Están en los cuatro puntos cardinales y en una dirección tan incontrolable que nadie podrá predecir en estos tiempos de revuelta a dónde van a parar. Pero también en estos momentos cruciales de reivindicaciones y de ira, la imaginación y el recuerdo nos llevan a revivir las buenas intenciones de trasformación noble y honorable, a que la revolución no fuese secuestrada como consecuencia de la traición. Entre el deseo de cambio y el escepticismo que va floreciendo, recuerdo la revuelta árabe de 1916 liderada por Sarif Hussein ben Ali, a favor de la independencia de los pueblos árabes del imperio otomano. Un ejemplo para la reflexión. Después de la retirada de los otomanos, bajo la presión unánime, política y armada de pueblos árabes, Francia y Gran Bretaña estuvieron al acecho para que todo cambio fuera truncado o al menos más costoso para los pueblos. Estas dos potencias occidentales recurrieron a la debilidad y a las rencillas internas en el seno de la Liga Árabe para sacar de ella el mejor partido; es decir, abortar la revolución con ayuda interna y externa. Parece que la historia se repite, hoy Francia y sus aliados ponen sus garras sobre el suelo libio con la excusa de proteger a la población civil, cuando el móvil real de su misión militar en el norte de África es más que patente; el petróleo, ese oro negro, que bien se cotiza en el mercado hasta el extremo de poner en cuestión la soberanía de los pueblos. Los largos años de espera de esta segunda revuelta, la sangre, el sudor y el dolor de la misma, jamás podrán ser un fácil trampolín que coadyuve a la injerencia colonial en detrimento de la revolución. Toda empresa colonial está condenada al fracaso total, y a no lograr los objetivos que se propone en contra de la voluntad popular. Ahí están los elocuentes ejemplos de Marruecos en el Sáhara Occidental, EUA en Irak y toda la maquinaria de la OTAN en Afganistán.

Los diferentes pueblos árabes que han ido incorporándose de manera paulatina al estatus de estados autónomos desde 1945 hasta hoy, por desgracia, siguen pagando las peores cotas de resentimiento colonial de sus respectivos países. Y pagan la factura de la mala acción y gestión de los títeres y caciques neocoloniales que llevaron o siguen llevando las bridas del país.

Con los acontecimientos de Gdeim Izik y la vecina Túnez como catalizador de la actual revolución, los pueblos árabes emergen de las cenizas del olvido y el despojo con la misma voz y el mismo deseo en su segunda revuelta contra la injusticia. El desorden y la ausencia de instituciones factibles que tendrían que garantizar al ciudadano más simple el derecho a la ciudadanía, el pan, el trabajo, el agua y el sufragio universal, libre y democrático, han sido la chispa de estas revueltas.

Ante el empuje de las revoluciones árabes que van cambiando estrategias, como la aparición de nuevos aliados y la desaparición de otros, el viejo orden internacional está al borde del basurero de la historia. Era un orden impuesto a la voluntad popular. Por ello, la Francia de Sarkozy, como cabeza de puente, se apresura con su maquinaria destructora. Pretexto intervencionista e hipócrita para dejar claro que el sueño colonial allende de los mares persiste, y aun no ha acabado. Y entra en una confrontación abierta y descarada con el fin de aprovecharse del sacrificio y las conquistas de las revoluciones de los pueblos árabes. Es decir, apoderarse del botín de conquista que la revolución había logrado. A la vez, intimidar y frenar las ágiles ruedas de la Intifada de los pueblos, que van dejando huellas imborrables en poco tiempo a favor de sus justas reivindicaciones. Estos pueblos van tejiendo una nueva alianza, un nuevo icono popular, que no tiene semejanza ninguna con la alianza bélica de la OTAN.

La unión voluntaria y de carácter sumamente popular despierta fe y espíritu indoblegable, de donde se deduce que la revolución no respeta las fronteras ni tampoco se exporta sobre las carrozas de los vetustos tanques de la injerencia. Francia y sus aliados pretenden arrebatar lo que en realidad no pudieron lograr años atrás en sus conquistas coloniales. Y como antes señalaba se encontraba oscilando entre sandia y melón, doble cara, vara de dos medidas. Esta acción que está llevando actualmente Francia contra Libia, es un acto frontal contra los derechos humanos y el derecho a la elección libre de todos los pueblos del universo. Valga repetir que nuestros pueblos se sienten apuñalados por la espalda por quienes se autoproclaman baluartes de los derechos humanos, la libertad, la justicia y la fraternidad.

Es una lucha a todas luces inigualable, donde el factor humano entra en convulsión, a pecho descubierto, anhelando la dignidad. Pero todo indica que la injerencia extranjera e irracional que colonizó, dividió y empobreció a nuestros estados emergentes, pretende ahora ganar otras contiendas perdidas en territorios perdidos, bajo otra coyuntura diferente y en tiempos diferentes.

Es incuestionable que la euforia de la revolución contagia y sigue sin apagarse acá y allá. Es la revolución que se extiende y se expande como pandemia, pero diferente y benévola. En este contexto, la revolución está en la calle en el Sáhara Occidental, en Marruecos, en Túnez, en Egipto, Yemen, Jordania y, en otras partes, donde la injusticia anida y persiste. Pero, como decía Immanuel Wallerstein citando a Lenin, los levantamientos espontáneos crean una situación como la de Rusia en 1917 cuando, según el líder revolucionario, "el poder está en las calles, y por tanto una fuerza decidida y organizada puede tomarlo", que fue lo que hicieron los bolcheviques. Pero la revuelta se produjo igualmente en otras calles y ciudades más lejanas, en Europa occidental que, hoy como ayer, sofocó toda resistencia que no enarbolara sus colores ni intereses particulares y estrechos. A finales del año pasado y principios del presente, los estudiantes en Londres tomaron la sede del partido conservador, y los jóvenes italianos conquistaron las calles de Roma, mientras que Francia se veía sacudida por la acción de los residentes de los guetos en las periferias de Paris, donde fueron reprimidos brutalmente. Y España fue ahogada también por la crisis quedando paralizada por las huelgas generales obreras y los controladores aéreos, que llevaron al gobierno socialista de Zapatero declarar el estado de emergencia. Es pues, la revolución insoslayable que se extiende y se expande en espera del próximo tsunami, que se desconoce por donde emergerá. Al menos, yo no lo sé.


12 marzo 2011

El simbolismo de los preceptos

Sorprendidos en absoluto narcisismo, los gobernantes árabes siguen anclados en un pasado que ha pasado. Sí, los pueblos de esta región del mundo ya no conciben ni como pensamiento ni condición absoluta una convivencia contra natura con estos regímenes, que muchos de ellos llegaron al poder a través de artimañas políticas o por la fuerza de las armas para establecerse de manera vitalicia e incluso, algunos de ellos, se auto coronaron como rey de los reyes del continente, que hoy agrupan a su legión mercenaria para actuar abominablemente contra la inocente población indefensa. Se añade al engaño de la población las férreas medidas de seguridad que no trabajan en nada para el interés nacional. Una fuerza adiestrada solamente para reprimir la voz popular, a la vez guardián de toda farsa en los momentos en que se abren y se cierran las urnas electorales. Mientras que el pueblo siembre le adjudican consenso y entereza en el optimismo en torno a las figuras supuestamente electas.

Un verdadero divorcio entre la población y los gobernantes a lo largo y ancho del mundo árabe. La personalidad de los dirigentes árabes ya no se puede estudiar ni analizar con seriedad ni ahínco, después de los acontecimientos que estamos viviendo todavía con horror y sin el mínimo escrúpulo de la elite gobernante de estos países. Es una baza perdida y al descubierto. Desde estos momentos los pueblos ya no pueden fiarse de sus propios dirigentes, se estableció entre ellos, de manera definitiva, el miedo, se perdió la confianza, y sólo cunde en la población la revancha de la libertad perdida. El pragmatismo y el carisma que ostentaron los dirigentes de nuestros pueblos árabes durante la etapa de lucha o posterior a la misma se esfumaron para ser llevados por un viento atroz y turbulento. Si todo sobrepasa su límite se tornará, un día, en su contrario. Como bien reza la enseñanza.

En efecto, el sopor y la somnolencia de los líderes árabes se pueden percibir de manera clara y precisa en el momento en que estalló la revolución de primavera. Todo salió a flote en la misma medida y en la misma rapidez en que la revolución crepitan sus llamas de ira, la mala tendencia de los gobernantes. Es la llamada contra el simbolismo de imposición y de insolencia, no el de la revolución al que estábamos acostumbrados. Tanto la autoridad, las decisiones y el consenso popular en esta insolencia dictatorial fueron relegados a segundo orden, bajo conceptos de salvar la patria y la unidad. En este modelo que ahora se desmorona a luz y a la sombra de todo el universo, como una torre de naipes, por lo visto no estaban bien fijadas sus bases en una elección popular ni tampoco democrática, ni ostentaba una gobernanza puramente sostenible y general. El viejo sistema colonial, a pesar de las supuestas reformas que algunos países independientes realizaron en pos de sus pueblos. Por contra, todavía se huele malamente este catálogo colonial ideado como hoja de ruta para nuestros pueblos próximos y lejanos, incluso hasta después de la liberación, pero esta garrafal contradicción creó cierto escepticismo en la mente de las generaciones del ISTIGLAL[1]. Pero la tecnología con su irrefrenable avance horizontal y vertical rompió con las barreras del miedo, la inseguridad y acercó la distancia para que todo el mundo pueda platicar sobre los problemas con certeza y objetividad, que algunos pretenden ocultar. Denunciar el incumplimiento de los dirigentes es una necesidad social de nuestro tiempo. Es el desafío de generaciones que han resurgido de la decepción. Pero lo que resulta paradójico e inaceptable, que esa misma casta de cabezas visibles que lleva el estado a diestra y siniestra en estos países y que luchó contra el yugo colonial foráneo, es la misma que bombardea hoy con obuses de cañón a la población. Población que un día por el supremo interés patrio, juró fidelidad en defensa del derecho y la libertad. Los hijos o nietos de esa población y de aquellos combatientes que ofrendaron sus vidas en el Sinaí, en Túnez, en Sana, en el Baida o en Trípoli… se queman y son acribillados a balazos por orden de dirigentes envilecidos por el poder, por la riqueza y por el desprecio total a sus ciudadanos.

Ciudadanos que depositaron en los dirigentes la plena confianza para llevar las riendas de la nación y la población a buen puerto. Por contra, hoy como ayer desconfiados comenzaron a lidiar contra la población, el interés nacional y el porvenir. Frustrados en las estrechas teorías, conceptos y fundamentos, libros de todos los tamaños, de todos los colores. Hundieron a la gente en teorías propias y otras universales para retener a la población y dejarla introvertida e improductiva para salvaguardar la gigantesca empresa “privada”, el estado, que está en manos de la oligarquía estatal. El pueblo se quedó sometido, su pan no se paga de las arcas del estado que por excelencia le pertenece por razón y derecho, ausente a las deliberaciones de un parlamento designado al azar y sin el aplauso popular. Y mientras el rey, el caudillo y el mariscal siguen mirándose sus rostros en aguas de otro mar... En nuestro mundo árabe, donde no hay que extrañarse de nada, de lo que ocurre en privado y en público en detrimento de la ansiada libertad, porque en realidad ya no se fijan pautas ni orden constitucional. La herencia y la sangre de los más próximos al gobernante están por encima de la constitución del país y la voluntad popular. El hijo sucede el padre, el hermano al hermano, la esposa al esposo, como pretendía Leila ben Ali, según revelaciones de Wikileaks. Urge entonces a nuestro mundo árabe un repaso exhaustivo de las aportaciones psicoanalistas de Sigmund Freud para poder determinar con exactitud si los líderes de hoy tienden a una esquizofrenia o una paranoia, o ambas cosas a la vez.



[1] Independencia