Evadir toda solución que reconozca el derecho del pueblo saharaui parece ser la máxima de Marruecos. Pero por lo visto también el proceso de Naciones Unidas para el territorio no pudo tomar vuelo por la incesante incertidumbre cuya espiral está inconmensurablemente ligada con una atmósfera que urge libertad y derecho humanos como garantía de la paz.
Parece ser que la buena voluntad mostrada desde el inicio por los saharauis a una solución justa ha sido malamente interpretada por la otra parte, Marruecos, que a la par ha hecho de estos buenos oficios una manera determinante en su sucesiva dilatación del proceso onusino a fin de ganar tiempo y recursos, y con ello, sacudiría el espíritu de independencia que venían defendiendo los saharauis hace más de tres decenios.
La indeferencia cara al ocupante por parte de algunas potencias influyentes en el área internacional ha llevado a la crispación, deterioro y desconfianza en las relaciones a nivel nacional y regional.
Sí, los diecisiete años de presencia sobre el territorio de Naciones Unidas se pueden catalogar de fiasco. Sin embargo, la intransigencia marroquí de jugar a las dos cuerdas deja tanto a los saharauis como la comunidad internacional presos de su propia perplejidad en un tema de descolonización.
La organización de Naciones Unidas debe superar su incapacidad y no limitarse a un diálogo de sordos que entra en un círculo sin salida ni perspectiva alguna. Diálogo que cada vez distancia aún más las posiciones de las partes en conflicto.
El llamado a reanudar conversaciones bajo la égida de Naciones Unidas con buena fe y sin condiciones previas es insuficiente hasta el momento. El problema es el de un pueblo que fue invadido y arrojado fuera de su propio país por la fuerza de las arma. La cuestión no reside únicamente en términos bienintencionados sino en los mecanismos que se deben seguir pera arribar a una verdadera paz. Es hora de que se ejerza la presión adecuada sobre la parte que pretende hacer de las Naciones Unidas un baluarte y un manto que solape la ocupación de un territorio ajeno. La violación de los derechos humanos, el pillaje de recursos naturales, el fomento de la inestabilidad, el envenenamiento de relaciones con países próximos y lejanos, la estimulación del mercado de estupefacientes y la inmigración ilegal son a groso modo el sumario de un país que vive de la soberbia, la corrupción y la mentira que continua siendo el mayor obstáculo ante las oportunidades de desarrollo e inversión en la región. El Magreb necesita paz, pero con los saharauis; necesita paz cara a sí mismo y en favor de sus vecinos más próximos.
Los saharauis sólo pretenden paz y esperan que la ronda de conversaciones actual desemboque en la búsqueda de esa paz perdida, de esa realidad y de esa razón que anhelan nuestros pueblos. Pero mientras se niegue la existencia de la víctima no habrá paz ni estabilidad. Sería igualmente bueno recordar que dichas negociaciones hay que establecerlas en su propio marco, es decir, que sean el método y no el fin que perpetúe la ocupación del Sahara occidental.
En la historia de descolonización se respeta la carta magna y en concreto el principio de autodeterminación de los pueblos. Los saharauis no podrán ser una excepción al margen de la carta y de la legalidad internacional. Por ello, hay que atenerse a la verdad y como decía Havel "que la verdad prevalece para quienes viven en la verdad". No hay que perder la verdad ya que está ligada a la razón de un proceso de descolonización que en ningún momento podrá salir de la legalidad intencional.
Parece ser que la buena voluntad mostrada desde el inicio por los saharauis a una solución justa ha sido malamente interpretada por la otra parte, Marruecos, que a la par ha hecho de estos buenos oficios una manera determinante en su sucesiva dilatación del proceso onusino a fin de ganar tiempo y recursos, y con ello, sacudiría el espíritu de independencia que venían defendiendo los saharauis hace más de tres decenios.
La indeferencia cara al ocupante por parte de algunas potencias influyentes en el área internacional ha llevado a la crispación, deterioro y desconfianza en las relaciones a nivel nacional y regional.
Sí, los diecisiete años de presencia sobre el territorio de Naciones Unidas se pueden catalogar de fiasco. Sin embargo, la intransigencia marroquí de jugar a las dos cuerdas deja tanto a los saharauis como la comunidad internacional presos de su propia perplejidad en un tema de descolonización.
La organización de Naciones Unidas debe superar su incapacidad y no limitarse a un diálogo de sordos que entra en un círculo sin salida ni perspectiva alguna. Diálogo que cada vez distancia aún más las posiciones de las partes en conflicto.
El llamado a reanudar conversaciones bajo la égida de Naciones Unidas con buena fe y sin condiciones previas es insuficiente hasta el momento. El problema es el de un pueblo que fue invadido y arrojado fuera de su propio país por la fuerza de las arma. La cuestión no reside únicamente en términos bienintencionados sino en los mecanismos que se deben seguir pera arribar a una verdadera paz. Es hora de que se ejerza la presión adecuada sobre la parte que pretende hacer de las Naciones Unidas un baluarte y un manto que solape la ocupación de un territorio ajeno. La violación de los derechos humanos, el pillaje de recursos naturales, el fomento de la inestabilidad, el envenenamiento de relaciones con países próximos y lejanos, la estimulación del mercado de estupefacientes y la inmigración ilegal son a groso modo el sumario de un país que vive de la soberbia, la corrupción y la mentira que continua siendo el mayor obstáculo ante las oportunidades de desarrollo e inversión en la región. El Magreb necesita paz, pero con los saharauis; necesita paz cara a sí mismo y en favor de sus vecinos más próximos.
Los saharauis sólo pretenden paz y esperan que la ronda de conversaciones actual desemboque en la búsqueda de esa paz perdida, de esa realidad y de esa razón que anhelan nuestros pueblos. Pero mientras se niegue la existencia de la víctima no habrá paz ni estabilidad. Sería igualmente bueno recordar que dichas negociaciones hay que establecerlas en su propio marco, es decir, que sean el método y no el fin que perpetúe la ocupación del Sahara occidental.
En la historia de descolonización se respeta la carta magna y en concreto el principio de autodeterminación de los pueblos. Los saharauis no podrán ser una excepción al margen de la carta y de la legalidad internacional. Por ello, hay que atenerse a la verdad y como decía Havel "que la verdad prevalece para quienes viven en la verdad". No hay que perder la verdad ya que está ligada a la razón de un proceso de descolonización que en ningún momento podrá salir de la legalidad intencional.
Enero 2008
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