12 octubre 2006

La ira del otoño


Del número de otoño de la revista Ariadna R-C

Todo comenzó una mañana de otoño, inmediatamente después de haberse amainado los abregos. Era octubre, los pastores ya dejaban de abrevar a los camellos, precisamente en esos momentos, la plaza mayor de la ciudad era conquistada por unos raros y vetustos tanques de un ejército vecino. Todos estábamos a la expectativa aquel día, miedo había, acentuado quizá por los sonidos de una corneta que anunciaba a su manera el fin de la última bandera, y el secuestro de colores que venía defendiendo medio mundo a esas alturas.

Todo ocurrió, bajo la custodia de cañones y trompetas, nada de urnas ni principios. En el palco, todo lucía diferente, ni otoño ni patriarca, sólo peroratas, discursos, ausentes de meridionalidad, interrumpidos de vez en vez por aplausos, muecas y abrazos, concesiones a cambio de la nada, y una mirada de nostalgia al presente y al pasado. Nosotros tan ausentes seguíamos el acto de entrega y abandono al otro lado de la acera, aturdidos por los tanques.

Hacía un frío agudo que parecía que se levantaba de las profundidades del océano, era treinta y uno de octubre, se respiraba un aire gris y para colmo ni una brizna seca crujía bajo nuestros pies, amén de la arena movediza y un agrietado asfalto que serpenteaba desbocado en dirección al pétreo Izic . Sin embargo, los pocos árboles y matorrales mutaban el rostro a causa del otoño y los humos de los tanques.

El otoño en mi patria variaba con su propia mirada que esconde mil recuerdos de tantas hazañas, pero siembre menos nublado y triste como la cara de aquel viejo que quedó perplejo al hacerle decidir en la plaza por uno de los colores, unos se van y otros se quedan.

Al vecino no le sorprendió tanto el tanque como la trompeta. Era el último otoño en suelo patrio, nacido de las costillas de un intenso verano que estiraba sus brazos a fin de atrapar a la gente, el horizonte y las minúsculas estrellas que siguen perteneciendo nuestro universo.

Todo se barajó por aquellos días, la irrupción, el aborto y el fin del comienzo de tantas promesas incumplidas, y más aún una paz presa en rascacielos donde supuestamente se sientan por igual grandes y pequeños para discutir la agenda de la asamblea de tantos otoños.

En medio de esta poca visibilidad, tomé nota en mi libreta de caligrafía de los hechos de la plaza de El Aaiún, ya que todo apuntaba a que no habría comienzo de próximo curso ni tampoco el maestro volvería a exigirnos la lectura de la lección de historia, donde pretendía hacernos olvidar por igual la ira del otoño que se avecinaba.

Izic: zona a las afueras de El Aaiún.
Octubre 2006


Mohamidi Fakal-la. Nacido el 6/6/1960 en El Aaiun (Sahara Occidental). Cursó sus estudios primarios y segundarios en su ciudad natal. En 1975 tomó el camino del exilio al igual que la mayoría de su Pueblo después de la mala descolonización del territorio. Terminó sus estudios en Cuba, licenciándose en Periodismo por la universidad de Santiago de Cuba. Seguidamente trabajó en el periódico "Sahara Libre" y Radio Nacional Saharaui. Colaboró en la antología de poetas Saharauis que escriben en español: " También en el desierto crecen flores", editada en Italia en 1987. Colabora actualmente con algunos escritos para "Poemario por un Sahara Libre", entre otras publicaciones.

05 octubre 2006

La Cárcel Negra de El Aaiun


Tenebrosa y humillante, la tristemente célebre Cárcel Negra de El Aaiún, se levantó paradójicamente en los mismos momentos de toma de conciencia de los saharauis a finales de los años sesenta del siglo pasado. A día de hoy, sigue como un viejo edificio redondo que habla más por su historia que por su aspecto arquitectónico, donde la fuerza de la imposición pugna por hacer prevalecer la privacidad de derechos, el despojo y la ocupación sobre los valores de la autodeterminación y las libertades esenciales.

Ubicada en la parte noreste de la capital del territorio, en la costa sur del río Saguia el Hamra, colindante a la antigua cochera española, no lejos de los barracones de tropas nómadas y el único horno de ladrillos que dominaba desde cueva chacales a la granja de Chano y la “selva” de Jerjel-la, donde crecía una higuera. La higuera de los “condenados”, raquítica y semi seca durante todo el año, apedreada constantemente por los niños nativos que vivían en los chamizos más cercanos, y que intentaban vanamente mitigar el hambre con un mísero higo, que los legionarios y majaristas en diferentes épocas, y enarbolando diferentes banderas, dejaron en su vaivén cotidiano entre el cuartel de Sidi-Buya y cine las dunas, cuyas incómodas butacas estaban siempre repletas, más de uniformados que de paisanos.

En el centro penitenciario nada es sorprendente, tanto el modo de tortura, negligencia, hacinamiento y anarquía que con el devenir del tiempo traspasó el hermetismo de los muros y barrotes. Trama maquiavélica de funcionarios, guardianes y esbirros se constata fácilmente en el comportamiento y máculas en los cuerpos de los reos que son tratados con mano dura y sin ningún tipo de indulgencia.

Por los tenebrosos vericuetos, laberintos, celdas y mazmorras desfilaron próceres nacionales, rebeldes, deportados, defensores de derechos humanos y rezagados de un bando y de otro.

Los acontecimientos de Zemla, los duros años de plomo son a groso modo el trágico episodio de los saharauis, donde la Cárcel Negra es uno de los peores exponentes del calvario que conoció esta población en los últimos decenios de opresión colonial.

Las voces de los torturados que se levantan detrás de las rejas se entremezclan con las pintadas en la parte exterior del muro del calabozo donde se esconde toda una historia de nostalgia, frustración y una tímida luz de esperanza que emerge de las oscuras y raras caricaturas, frases recordatorias de un amor honesto y otro desleal, nombres de personajes desconocidos, otros más comunes, pero ya inexistentes, fechas de inicio y fin de una misión malamente encomendada en un lugar recóndito del desierto en el que sus auténticos amos, hoy como ayer, siguen gritando patria .


La Cárcel Negra del Aaiún, símbolo, hoy como ayer, del ocaso de dos dictaduras, la franquista y la de Mohamed VI.
Octubre 2006