Si por fortuna los lejanos golfos espolean las olas de tu cuerpo que reposaban sobre la arena. La obstinación de los pliegues husmean ensueño de corrientes cálidas marinas, que a flote llevan a solas las maravillas de tu nombre.
El despiadado pillaje de los frutos de tu vientre es lúgubre y aborta el sosiego de la seducción de las raíces del tiempo.
Y el desamparo de la gente simple de tu arcilla temen por la extinción de la foca monje, amenazada con el arpón de la indulgencia y las redes cada vez más vacías.
En la otra orilla un lamento en el vacío que no desentrañaría el misterio de la desolación frenética del hábitat de los Amraguen, que retoman con su humilde caña la mano de la amargura, a que las siete olas de mar adentro no bendecirán el despojo de la locura ni la indiferencia ante el robo de tu suelo y de tus recursos marinos.
Estos tiempos de robo...
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