29 mayo 2010

La dama del desierto



Un viejo proverbio decía que la mujer es la mitad de cielo, pero para nosotros y otros tantos, Aminetu lo es todo. La gallardía de una mujer nos hizo reflexionar durante más de treinta días de huelga de hambre, en que los verdaderos causantes de la desgracia general habían preescrito que el catorce de noviembre se marcaría en la historia como un referente nefasto en la memoria colectiva de los saharauis. De hecho, la réplica sísmica de los acuerdos de Madrid sigue sintiéndose con más fuerza, a pesar del paso del tiempo.

Pues se deduce, que no se operó cambio alguno en lo concerniente a los derechos humanos, la autodeterminación y el cumplimiento de la legalidad internacional; valores universales que es necesario hoy más que nunca defender con primor contra viento y marea. Sin embargo, lejos de toda esa objetividad quimérica, la vara de doble medir sigue siendo la receta inadecuada que rige hoy las relaciones internacionales. No hay duda que la víctima continúa debatiéndose en el lado del sufrimiento, las capitales que provocaron la inacabable tragedia de los saharauis no han cambiado de nombre ni de postura, cara a una verdad apaciguada por artimañas e intereses bien tangibles como los que figuran en los acuerdos del catorce de noviembre.

El catorce de noviembre los pequeños Haiat y Mohamed se levantaron temprano con la ingenua esperanza infantil para que les cobijase de nuevo el calor materno. La madre regresaba de un viaje por el exterior donde fue galardonada por su acción en pro de los derechos humanos. Por desgracia, el reencuentro añorado se transformó en una pesadilla. En el aeropuerto de El Aaiun los gendarmes marroquíes aguardaban impacientes el arribo del vuelo procedente de Las Palmas en el que viajaba Aminetu. Una travesía aérea que cuyo número de vuelo quedó grabado con el nombre de Aminetu. Tanto en El Aaiun como en el exterior la gente vivió largas jornadas de expectativas y decepción. Pilotos y pasajeros se quedaron sorprendidos por el hecho. No hubo entonces, reencuentro alguno, ni abrazos ni flores ni caramelos para los niños.

Lágrimas de mayores y pequeños por lo acontecido a Aminetu en los pasillos del aeropuerto. Un secuestro de la dama del desierto y un procedimiento injusto que se tramó en su ausencia, pero la mujer estaba consciente más que nunca de haber emprendido de nuevo el batallar por la esperanza y la dignidad. La dama del desierto, sin miedo alguno, levantó frente al gendarme la misma bandera que tejió de los hilos de su atuendo, sin temblor de manos ni de voz.

No cedió, la obligaron a un destierro espinoso para que se encontrase con la muerte. De terminal a terminal, como si no existieran fronteras entre países ni protocolos que regulen la emigración. Ante el desorden y la ausencia de papeleo y la complicidad, la gente de bien se irguió como clamor de viento ante la injusticia y por el regreso de Aminetu. Más de treinta días de tensión y desencanto frente a la aberrante amalgama de soberbia. Sin embargo, el espíritu de Aminetu sólo era comparable con la acción de El Mahatma Ganhdi y contra todos aquellos que pretenden menospreciar la vida y la dignidad. El tiempo pasaba lentamente con hambre y sed de libertad, sin que la dama del desierto levantara el pañuelo blanco de la rendición. El mundo contemplaba a una mujer al borde del abismo. Sin duda, por parte de algunos, hubo indiferencia, mas se levantaron barreras análogas a la anaconda de arena y piedra que cargó con la vida, la gente y la tierra en estos últimos treinta y cuatro años de impedimento de reencuentro. Cargaron los arcabuces de la infamia contra el endeble e indómito cuerpo de Aminetu, pero la dama del desierto con voz inaudible a causa del cansancio, optó por la continuidad de la vida o que envolvieran su cuerpo en un sudario de colores de la bandera, sin que arrojasen en su ausencia flores marchitas de noviembre.

Mohamidi Fakal-la

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