11 junio 2008

Las llaves de la esperanza



Año tras año, en un lugar semidesconocido, de vegetación escasa y nubes pasajeras, fue sorprendido por un nuevo orden internacional, recesión económica y recalentamiento global. El desafortunado cambio lo atrapó en la cima de la colina empedrada y polvorienta, donde piedra a piedra levantó el centro especial para niños discapacitados de un campo de barro. La fe y el entusiasmo del primer día aceleraron la perseverancia para dejarlo soñar despierto en el nido de su propia trasformación. Empeñando demasiado tiempo y sobrepasando prejuicios y bromas amargas.

La madurez prematura azuzó inconmensurablemente su conciencia. La neumonía y el autoritarismo envilecido no impidieron que respirara a pulmón los sanos aires de la revolución. Revolución que entonces azotaba el continente y el mundo en su totalidad. La rebeldía del Che y de otros clásicos llegaba al desierto. Las ondas electromagnéticas de tipo hertzianas hacían llegar la encomendación. De hecho, eran oxígeno a toda marcha para la izquierda. La izquierda con sus mítines, panfletos, y tribunas que cerraban el paso a otros colores. Las calles eran abiertas por los cañones de agua de los antidisturbios. La toma de la calle era para la izquierda, con sus máximas, himnos, cantos y NO HABRA QUIEN NOS PARE. El fantasma rondaba el mundo. Corrían muy de prisa los años setenta al filo de hechos tan elocuentes que marcaron el comportamiento de toda una generación, conocida con diferentes nombres.

Apenas había sobrepasado el peldaño que rige la pubertad y las ideas de izquierda ya eran patentes. La incipiente lectura del célebre diario de Guevara, la radio pegada al oído, la agitación de un amigo recluta de tendencia republicana que vino al Sahara de la localidad de Caudete para servir a la madre patria y la censura que defendía un régimen que aunaba fronteras e ideas incompatibles bajo la misma bandera y la bayoneta fueron, a grosso modo, las vertientes que marcaron el inicio de la militancia de Buyema.

Sin haberle aún brotado el vello en el rostro aceptó el alias de Castro. Bendecido espiritualmente se fue en busca de la causa de los humildes, dejando a cuestas las contaditas casitas de la oriunda Daora que, hoy como ayer, sigue atrapada en el tiempo, en desdichada espera, a que aparezca Castro y en las manos lleve las llaves de la esperanza.


Foto: La mili en el Sahara

1 comentario:

Colectivo de la Juventud Saharaui en España dijo...

Simplemente magnífico. Enhorabuena por el blog, y gracias por deleitarnos.
Saludos.
Mustapha M-Lamin Ahmed