05 diciembre 2008

El panadero Moulud




Las buenas espigas de la adorable Tadjist, sureste de El Aaiun, habían despertado en el panadero Moulud un amor eterno hacia esa profesión que defendió con creces, hasta que no pudo introducir la paleta de madera en el interior de la boca del horno para sacar el pan. El resultado del empeño con el que ganaba la vida con fe de satisfacción, era un pan de harina natural cocido a base de leña del indomable izik, cuyas graras parecen ser un cinturón de vida verde que acorralan a una ciudad en la que su gente y su historia siguen dispersos.

El calor humano sorprendía a la entrada de una estrecha callejuela de los barrios emergentes de Colominas, donde se destacaba una casa-favela de construcción humilde, afeada por una rehabilitación posterior, laberíntica e iluminada a la hora del trabajo por una llama tenue dentro de un agujero, el horno. Sus pasillos retenían como una caricia el olor crujiente de la pasta amasada con delicia por las manos de Moulud, quien trabajaba pensando siempre en los lugareños y en los niños curiosos que traían el pan ácimo para hornear.

Los chavales vivían la vida con intensidad y años después aún recuerdan el esfuerzo de ese hombre genial, aferrado continuamente a su tarea en aras de mitigar el hambre de los demás.

El horno lo levantó con piedra, hierba y arcilla, mixtura de esfuerzo de un hombre sin sosiego que amaba su profesión. De aspecto impresionante, voz casi inaudible, enjuto y misterioso para muchos que no conocían el secreto y el misterio del panadero, haría falta mucha imaginación para reconstruir los lugares que recorrió en su faena para conquistar el pan. Muchos se han olvidado de él, pero algunos todavía recuerdan vagamente aquella enseñanza que repetía a diario en el horno: que todo lo que se hace con amor, con corazón, tiene que salir bien.

Moulud hacía las cosas muy bien, era honesto, auténtico, resultado de su gente y de su paisaje, un hombre firme, lejos de ser veleidoso para no volverse hostil con el paso del tiempo, temía a los pies de barro, como la traición y la mentira, porque sabía que no llevarían lejos.

Los últimos años una enfermedad sin reparos le robó parte de ese ímpetu y energía para dejarle inmóvil, impedido de recorrer las zigzagueantes estelas de una ciudad que le llevó a la prosperidad y al cariño.

La embriaguez de felicidad sigue patente a su manera, los ojos no lo ocultan y tampoco las pálidas manos, que de un momento a otro viajan con dificultad para reencontrarse con las ruedas de caucho de la antigua silla que alguien dejó a su paso, y que constituye hoy sin embargo un eficaz medio con el que se menea de un lado para otro sin cambiar de posición.

Por ello y por todo el esfuerzo, el corazón de este hombre sigue latiendo para sus adentros, sin haber soñado nunca con el estrellato, sólo con vivir como un simple panadero a la altura del señor Suilem y el noble Manolo.

25 octubre 2008

La vuelta de Octubre


Cada año cuando el estío arbitra el otoño y la primavera en sus respectivos pasos estacionales, sentimos entonces más de cerca el octubre que nos sorprende inmersos en recuerdos que se viven con sabor propio y fuerza de cambio. La memoria en su dimensión de nostalgia y de fiabilidad va rodando por hechos insólitos que causaron deformidad degradante a la vista de todos, pequeños y mayores. Pues de aquellos episodios se destaca por excelencia esa eclosión de langostas gregarias, famélicas, que aparecieron un día de finales de octubre envueltas en nube oscura que se levantó del norte tan próximo a la luz de la traición de noviembre.

Era un desliz con tinte de imprudencia que caló en lo humano y en lo geográfico para dar paso a los insectos a que cuestionarán sus cuerpos alargados sobre piedras y matorrales del patio ajeno, nada importa, aunque la matriz paría dolor y aunque se removía en las entrañas a fin de ganar a costa de sufrimiento y dolor. No había condena justa, por ello no les quedaba más remedio que espantar y levantar humaredas que por desgracia arrojaron lágrimas y sueños por realizar.

Los intermediarios parciales e imparciales prometieron lo que nunca acataron y se afiliaron todos a sus colegas de antaño. Con la pasividad en marcha se marcó el inicio de la asonada de molinos de viento a roer como guerreros inmunes, desarmados de sables y armados de espejismo. Desafortunadamente la tierra se encogió bajo los pies, el gajo de viejo y de pobre esperaban atentos a la razón que tejió a la sinrazón que levantó el ánimo de la calaña que desfavoreció a padres e hijos.

El otoño de 1975 era amargo y duro. Sin embargo la gente, a pesar del vértigo, se mostró desafiante y mirando hacia atrás releían la sequía que precedió a 1970, un hecho inaudito que asociaron a la indignación de Sidi Ifni y a Bulelam el majestuoso, de modo que era el preludio de una acción malintencionada para no valernos todos de nosotros mismos y someternos a la acción de los insectos y olvidarnos de la nota musical flamenca que históricamente nos unió para siempre.

El escepticismo lesionaba a la gente, pero por mera casualidad las primeras gotas de lluvia llegaron en junio y se mezclaron con sangre que alcanzó el río. En esa confusión la armada metropolitana llevó el botín a un lugar desconocido y alguien oyó un tiro que confundió con silencio. Pocos fueron los que consintieron la ira de lo incierto y el paso desapercibido de la guerra fría que nunca fue nuestra aureola, pero el olvido permitió que se arrasara con Tifariti y Um Draiga. Desde aquellos momentos todo se había sumido en el desastre, nadie se alarmó ni presagió la próxima avalancha, aunque estaban convencidos de que sólo la voluntad de conciencia remediará el triste paso de los insectos por los cuerpos de los vivos y de los muertos. La gente tenía que sobrevivir pero sin adaptarse al juego de los insectos.

11 junio 2008

Las llaves de la esperanza



Año tras año, en un lugar semidesconocido, de vegetación escasa y nubes pasajeras, fue sorprendido por un nuevo orden internacional, recesión económica y recalentamiento global. El desafortunado cambio lo atrapó en la cima de la colina empedrada y polvorienta, donde piedra a piedra levantó el centro especial para niños discapacitados de un campo de barro. La fe y el entusiasmo del primer día aceleraron la perseverancia para dejarlo soñar despierto en el nido de su propia trasformación. Empeñando demasiado tiempo y sobrepasando prejuicios y bromas amargas.

La madurez prematura azuzó inconmensurablemente su conciencia. La neumonía y el autoritarismo envilecido no impidieron que respirara a pulmón los sanos aires de la revolución. Revolución que entonces azotaba el continente y el mundo en su totalidad. La rebeldía del Che y de otros clásicos llegaba al desierto. Las ondas electromagnéticas de tipo hertzianas hacían llegar la encomendación. De hecho, eran oxígeno a toda marcha para la izquierda. La izquierda con sus mítines, panfletos, y tribunas que cerraban el paso a otros colores. Las calles eran abiertas por los cañones de agua de los antidisturbios. La toma de la calle era para la izquierda, con sus máximas, himnos, cantos y NO HABRA QUIEN NOS PARE. El fantasma rondaba el mundo. Corrían muy de prisa los años setenta al filo de hechos tan elocuentes que marcaron el comportamiento de toda una generación, conocida con diferentes nombres.

Apenas había sobrepasado el peldaño que rige la pubertad y las ideas de izquierda ya eran patentes. La incipiente lectura del célebre diario de Guevara, la radio pegada al oído, la agitación de un amigo recluta de tendencia republicana que vino al Sahara de la localidad de Caudete para servir a la madre patria y la censura que defendía un régimen que aunaba fronteras e ideas incompatibles bajo la misma bandera y la bayoneta fueron, a grosso modo, las vertientes que marcaron el inicio de la militancia de Buyema.

Sin haberle aún brotado el vello en el rostro aceptó el alias de Castro. Bendecido espiritualmente se fue en busca de la causa de los humildes, dejando a cuestas las contaditas casitas de la oriunda Daora que, hoy como ayer, sigue atrapada en el tiempo, en desdichada espera, a que aparezca Castro y en las manos lleve las llaves de la esperanza.


Foto: La mili en el Sahara

29 enero 2008

El cartero


Decían que eran buenos tiempos pero, sin lugar a dudas, todo tiempo pasado fue mejor y de esa bonanza apareció del sur, enigmático, cabellera de tiempos de Hércules, tez morena con tinte de mar y de sol. Lo llamaron El Zorro, pero fue siempre Ahmed. Zorro únicamente por su inteligencia y nada más. Fue bautizado por sus progenitores el séptimo día de su nacimiento. Él prefería que así lo llamaran, mientras que el otro apelativo le causaba timidez sobre todo en las horas fuera de trabajo. Humilde como aquellos tiempos, tranquilo en el habla y honesto con todos y con aquellos que hicieron de él un verdadero mensajero paradigmático que aproximaba la distancia cambiante, una vez con su toque de alegría y en otras con su tristeza, donde lo humano siempre estaba presente, todo ello encerrado en un sobre acuñado recientemente al otro lado del planeta.

Todos los jueves de la semana se le veía inquieto, nervioso, en la pista sin pavimentar del único aeródromo en vísperas del aterrizaje forzoso del viejo Junker, proveniente de las Canarias que trasportaba el correo y los víveres para el Askar del Sáhara. De esta manera tan singular comenzaba la jornada con el reparto de las cartas de grosor de cartulina; todas selladas con la esfinge de un ciervo extinguido y el valor de 50 céntimos de peseta. La tranquilidad de Ahmed se acababa en el momento en que cogía el bulto de correspondencia sin que las hélices del motor hubieran perdido fuerza, era el primor del cartero.
Poseía particular manera de trabajar, iba entregando las cartas por orden jerárquico, después de haberlas clasificado en la estrecha casita de adobe de techo abovedado y paredes interiores de cal. Los reclutas amanecían sin perder la esperanza de que el buzón tragase unas líneas de verso escrito de muy lejos.

El cartero vivía en la parte baja del poblado colindante al frig de tropas nativas y se encontraba hermanado con la única estafeta que se había fundado sobre los surcos del huerto de Abdalahe uld Bhay y donde por mera casualidad se levantó el vivac de la mia de camellos a su retorno triunfante por haber alcanzado y no morir la ciudad santa de Smara, entonces, corría el año 1934, y la tropa la encabezaba el capitán Bullón, El Kaid y el Chej Mohamed Fadel.

En estas tierras del desierto, el correo nace como una necesidad imperiosa a fin de unir las fronteras fragmentadas de la metrópoli siguiendo el ejemplo de Francia con su "correo del sur" que enlazaba las colonias francófonas del África noroccidental y donde por excelencia Antoine de Saint Exupéry desempeñó un papel trascendental fijando la punta de avanzada de su escuadrilla aérea en Tarfaya, Cabo Juby, la otra frontera arrebatada a los saharauis en 1958, Saint Exupéry seguía el trayecto de otro francés, Vicente Latécoère y su aeropostal que después de África se trasladó a América Latina con una escala casi segura en la ciudad natal de Ahmed, Dajla.

Ahmed vino ligero de equipaje de esa ciudad, optando por el oasis y la fuente de la Saguia; donde casi moría apenas llegando el mar, pero él tenia tenía el sur como vértice y ni podía olvidar sus primeros pasos sobre la fina arena de oro y los mansos delfines jugueteando a agua tibia que empujaban majestuosamente el buen pescado en las redes de los legendarios Amraguen.

La villa natal de Ahmed fue gestionada mucho antes por la compañía hispanoafricana que ancló en 1886 para consagrar la presencia colonial y mercantil en la zona por iniciativa de la Sociedad Geográfica de Madrid. Ahmed llegó a viejo como su ciudad. Entonces ya nadie escribía cartas de amor ni de exaltación de la distancia. Se arropó de tristeza, lo acompañó la pena y el olvido, se encerró en un antiguo edificio colonial que sus inquilinos abandonaron y sus arrendadores tomaron otro camino opuesto sin haber dejado dirección alguna ni haber fijado tiempo de regreso.

Enero 2007

12 enero 2008

Sahara Occidental. La verdad de una razón




Evadir toda solución que reconozca el derecho del pueblo saharaui parece ser la máxima de Marruecos. Pero por lo visto también el proceso de Naciones Unidas para el territorio no pudo tomar vuelo por la incesante incertidumbre cuya espiral está inconmensurablemente ligada con una atmósfera que urge libertad y derecho humanos como garantía de la paz.

Parece ser que la buena voluntad mostrada desde el inicio por los saharauis a una solución justa ha sido malamente interpretada por la otra parte, Marruecos, que a la par ha hecho de estos buenos oficios una manera determinante en su sucesiva dilatación del proceso onusino a fin de ganar tiempo y recursos, y con ello, sacudiría el espíritu de independencia que venían defendiendo los saharauis hace más de tres decenios.

La indeferencia cara al ocupante por parte de algunas potencias influyentes en el área internacional ha llevado a la crispación, deterioro y desconfianza en las relaciones a nivel nacional y regional.

Sí, los diecisiete años de presencia sobre el territorio de Naciones Unidas se pueden catalogar de fiasco. Sin embargo, la intransigencia marroquí de jugar a las dos cuerdas deja tanto a los saharauis como la comunidad internacional presos de su propia perplejidad en un tema de descolonización.

La organización de Naciones Unidas debe superar su incapacidad y no limitarse a un diálogo de sordos que entra en un círculo sin salida ni perspectiva alguna. Diálogo que cada vez distancia aún más las posiciones de las partes en conflicto.

El llamado a reanudar conversaciones bajo la égida de Naciones Unidas con buena fe y sin condiciones previas es insuficiente hasta el momento. El problema es el de un pueblo que fue invadido y arrojado fuera de su propio país por la fuerza de las arma. La cuestión no reside únicamente en términos bienintencionados sino en los mecanismos que se deben seguir pera arribar a una verdadera paz. Es hora de que se ejerza la presión adecuada sobre la parte que pretende hacer de las Naciones Unidas un baluarte y un manto que solape la ocupación de un territorio ajeno. La violación de los derechos humanos, el pillaje de recursos naturales, el fomento de la inestabilidad, el envenenamiento de relaciones con países próximos y lejanos, la estimulación del mercado de estupefacientes y la inmigración ilegal son a groso modo el sumario de un país que vive de la soberbia, la corrupción y la mentira que continua siendo el mayor obstáculo ante las oportunidades de desarrollo e inversión en la región. El Magreb necesita paz, pero con los saharauis; necesita paz cara a sí mismo y en favor de sus vecinos más próximos.

Los saharauis sólo pretenden paz y esperan que la ronda de conversaciones actual desemboque en la búsqueda de esa paz perdida, de esa realidad y de esa razón que anhelan nuestros pueblos. Pero mientras se niegue la existencia de la víctima no habrá paz ni estabilidad. Sería igualmente bueno recordar que dichas negociaciones hay que establecerlas en su propio marco, es decir, que sean el método y no el fin que perpetúe la ocupación del Sahara occidental.

En la historia de descolonización se respeta la carta magna y en concreto el principio de autodeterminación de los pueblos. Los saharauis no podrán ser una excepción al margen de la carta y de la legalidad internacional. Por ello, hay que atenerse a la verdad y como decía Havel "que la verdad prevalece para quienes viven en la verdad". No hay que perder la verdad ya que está ligada a la razón de un proceso de descolonización que en ningún momento podrá salir de la legalidad intencional.
Enero 2008